viernes, 27 de marzo de 2009

(31/01/09 - 16:43)
Todo lo que queda de su ser, para mí, son sus libros. Cualquier tipo de relato escrito es como una conversación que mantiene usted directamente conmigo; sus palabras me llegan muy adentro, las siento vivas, tienen tanta crudeza y sentimiento que me atraviesa el alma. Por eso no pude evitar hacer lo que he hecho; la desesperación y la necesidad me obligaron a llegar hasta usted. Pero yo quise que sucediera, yo opté por hacer el viaje.
Y allí estaba usted, sentado a uno de los lados de un gran mesón abarrotado de lo que usted llama "aristócratas"; sus cabellos castaño claro, en aquel momento largos hasta el cuello, acariciaban y daban forma a su encantador rostro, con una mirada que reflejaba marcado desacuerdo hacia lo que decía una mujer corpulenta unos asientos más alejada. Entonce se puso usted de pie, pidiendo permiso pomposamente para retirarse unos instantes, y se alejó de la ruidosa mesa con un andar fino, la cabeza en alto y los suaves cabellos moviendose con el rozar del aire, y luciendo un maravilloso traje de etiqueta que seguramente lo había elegido especialmente para aquella reunión. Lo seguí atenta con mi mirada y luego me encaminé tras usted, hasta terminar afuera, en el balcón, donde la noche lucía pocas estrellas y apenas una porción de luna llena tapada por grises nubes.
Lo miré, aún sin poder creer que realmente fuera usted, y teniéndolo a menos de un metro de distancia de mí. Se sobresaltó al notarme de pornto tan cerca y reparó luego en mi vestuario que era muy poco adecuado àra la época en la que me encontraba. Enmudecí. En ese momento me dije que no iba a pretender que usted creyera la semejante locura que estaba dispuesta a contarle; pero antes de que usted pudiera decirme algo, me armé de coraje y empecé diciéndole mi nombre, tratando de imitar la cordialidad de la época.
No estaba muy segura de lo que iba a seguir después, no sabía si confesarle ya o no la tremenda admiración que sentía hacia usted, que era la razón por la cual había decidio hacer el viaje. Pero de pronto clavó su mirada en alguna parte del inmenso y oscuro cielo, tal vez esperando que vuelva a asomar un pedacito de luna. Y entonces me habló.
-Poco tiempo me queda ya en esta vida de placeres.- me dijo, con cierto pesar en sus palabras- Sé que mi propia e irrevocable obseción me llevará pronto a la quiebra... y a una horrenda degradación pública.
-Yo sé eso.
Me miró extrañado. Deseé tener sus ojos en mí el resto de la noche. Pero yo sabía de usted más de lo que usted se imaginaba; sabía por lo que estaba pasando y sabía lo que le iba a pasar. Me dijo que pronto, todas las personas presentes en el mesón no se atreverían siquera a verle a la cara, pronto sería una burda vergüenza para los de su clase, su familia habría de darle la espalda, sus libros habrían de ser rematados en ordinarias subastas. Le dije que no tenía ni idea del calvario que se le avecinaba; y busqué consolarlo sin más palabras, tomé su mano y lo llevé a caminar por el jardín, al tiempo que el silencio era roto por suspiros que contenían su llanto.
-No tiene por qué temer, señor Wilde,- le dije con un toque de ternura en mis palabras- yo puedo quererlo más que las personas allí presentes, más que aquel jóven que usted tan erróneamente pretende, más que su propia esposa... yo he de estar con usted hasta el fin de sus días, sin poder evitar que lo que ya está destinado suceda, pero lo acompañaré. Seré las sombras que llenan su celda, me verá en sus sueños, y volveré pronto para estar con usted, es una promesa; porque para mí, usted es mucho más que un gran hombre.
Al concluír, me tomó fuerte de las manos, y dejó escapar una lágrima. Me pidió que no me alejara, pero debía hacerlo; deposité un beso en su mejilla, y emprendí el viaje de regreso a mi realidad.
(26/03/09 - 14:55)

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